La finalidad de un idioma es siempre compartirlo y poder generar una comunicación. Si tenemos en cuenta que las lenguas evolucionan y están vivas resulta fundamental completar el aprendizaje siempre con un programa de inmersión lingüística en el país.
Mi primer contacto con el francés fue a través de la película » Les parapluies de Cherbourg», un musical de Jacques Demy. Me gustó la sonoridad del idioma al que ya me había acercado, levemente, en el colegio. Se instauró, entonces, en mi cabeza un juego: el de comprender lo que se cantaba en los diálogos. Estaba segura de que algunas de las palabras que no identificaba estaban en mi cabeza pero por alguna razón no las reconocía. El juego consistía en escuchar una y otra vez los diálogos hasta provocar ese reconocimiento en mi cerebro. Así, como por arte de magia, se empieza a comprender el idioma. Se trata de un reconocimiento de lo ya aprendido. Es fundamental el conocimiento gramatical de la formación de un idioma para comprender porqué se construyen las frases de una u otra forma. Sin embargo, el siguiente paso es vivir una inmersión total en el espacio en el que se habla y se escribe ese idioma.
Yo lo comprobé en Niza: mi primer viaje de inmersión cultural. Se vive un periodo de adaptación que no dura más de dos días en el que se entiende menos de lo que se debería porque el cerebro necesita adaptarse a un nuevo lenguaje. Luego, todo va rodado. Se empiezan a reconocer las palabras y el idioma penetra en el cerebro. Sin embargo, no se aprenden sólo las palabras, también las frases hechas, los usos que cada comunidad hace del idioma porque el lenguaje está vivo y cambia como las tonalidades de un mismo color.
El conocimiento de un idioma no se basa sólo en el aprendizaje del léxico o de la gramática, también es importante el uso de esa lengua y eso sólo es posible aprenderlo en el lugar en el que se habla. Hoy hay muchas formas de viajar sin hacerlo realmente. Internet nos ofrece la posibilidad de escuchar la radio o la televisión que se hace en Francia. Podemos ver las películas en versión original o incluso leer los periódicos del país cada día a través de las redes sociales. Sin embargo, esto nunca debe ser una excusa para no viajar. La mejor forma para conocer una cultura es vivir con una familia del país y compartir con ella el día a día. Es, sin duda, una experiencia única a nivel cultural para comprender que la mayor riqueza del ser humano es ser diferentes pero capaces de respetarnos en nuestra forma de vivir la vida.
Mari-fé Abuide